“No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. (Albert Einstein).

Después de décadas de ganancias astronómicas, el Estado, con el dinero de nuestros impuestos, ha salido al rescate de los bancos. Ese dinero que tantas veces se había negado para mejorar la educación, ayudar al desarrollo, potenciar la ayuda humanitaria, paliar el deterioro del medioambiente, investigación científica… ha estado rápidamente disponible para socorrer a unas entidades que durante años han amasado ingentes beneficios. Y ahora, que hay que pagar las facturas de su mala gestión, reparten las deudas entre todos nosotros. ¿Por qué no se salvan los bancos con los beneficios de los años anteriores? ¿Por qué en lugar de rescatar a los bancos, no rescatamos a los que no pueden pagar las facturas? ¿Por qué no invertimos ese dinero en educación para que los financieros del futuro no sean tan irresponsables?

Si conseguimos ir un poco más allá de esta injusta situación, podemos darnos cuenta de que detrás de esta crisis hay una buena noticia que los titulares de los periódicos no nos dejan ver: La caída del capitalismo salvaje trae de la mano un cambio de conciencia. La gente y sus necesidades esenciales son infinitamente más importantes que la acumulación de beneficios de algunos privilegiados insaciables.

Que el sistema esté en crisis es una buena noticia, porque no es un buen sistema. Es en esencia un orden político, social y económico que se sustenta en la búsqueda del lucro a toda costa basado en obtener un beneficio mayor sobre la inversión y de allí, atesorar ganancias sobre ganancias. Los valores que mueven este sistema son esos viejos y desacreditados pecados capitales como la avaricia -afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas- o la codicia -afán excesivo de riquezas. El orden mundial está sustentado sobre este tipo de comportamientos que no provienen precisamente del conjunto de virtudes humanas sino más bien de sus antípodas.

Si no nos dejamos asustar por la crisis, entre todos podemos crear una forma de organizarnos que permita que nos desarrollemos como seres humanos y consigamos que la economía se ponga al servicio de las personas. De esta manera tendrá lugar un renacimiento que nos permita tener una vida próspera y estable, que proteja y dignifique la vida de las personas y respete el equilibrio entre los sistemas humanos y el medioambiente. ¿Seremos capaces de imaginar una economía viable que no esté basada en la codicia y la voracidad?

Para ser capaces de crear un nuevo orden económico al servicio del ser humano, hay que rediseñar nuestros sistemas de comida, energía y dinero en función de la relocalización (que las actividades y la producción se sitúen cerca del consumidor), la equidad y la ecología.

Esta Economía Holística postcapitalismo, tendrá que tener en cuenta algunos factores importantes. En primer lugar hay que aceptar que la vuelta a la ética es ineludible. A partir de ahí, tenemos que asumir que el mercado no es lo primero. El rearme de valores como la solidaridad, la generosidad, reducción de necesidades superfluas, valoración de la capacidad de entrega y cuidado a los demás, tranquilidad, mesura… y rechazar aquellas pautas de comportamiento que no sean universalizables pues su generalización pondría en peligro la capacidad de sustentación del planeta Tierra.

Es necesario compensar las injusticias y desequilibrios del mercado para que el desarrollo de la sociedad y de los individuos que la componen no se vean perjudicados por la dominación de los jugadores más poderosos y sin escrúpulos. Es el momento de poner límites al exceso de unos pocos y de mejorar la distribución de los ingresos. También, deberá asegurar la educación, salud, trabajo y protección social a cada ser humano como base para su realización personal y promover el desarrollo de los talentos, inquietudes y capacidades de cada individuo en beneficio de la sociedad. También deberá garantizarse la sostenibilidad de la naturaleza…

Evidentemente, todo esto no se puede conseguir con las instituciones públicas opacas que padecemos, que están al servicio de los partidos políticos en lugar de servir a los ciudadanos. Es necesaria una democracia más participativa para que los ciudadanos podamos decidir en qué se gasta nuestro dinero. Si bien nuestro modelo actual, la democracia representativa, ha supuesto avances respecto del pasado, en la actualidad tiene innumerables síntomas de insatisfacción ciudadana. Destaca gravemente su incapacidad para responder a fenómenos tales como la corrupción, el cambio climático y la globalización económica. Es imprescindible que la sociedad civil resucite y recupere las riendas de las decisiones políticas. Podemos conseguir que esto deje de ser una época de cambios y se convierta en un cambio de época.

Una crisis es un período de cambio.

Una transición de la que se sale reforzado si se aprende la lección. La crisis que estamos experimentando no es solo una crisis de la economía, no es solo una caída del PIB. La verdadera crisis reside en que nuestra forma de pensar ha quedado obsoleta. Si tratamos de resolver la crisis con las mismas ideas que nos llevaron al colapso, tendremos nuevas crisis.

Cada vez más gente está asumiendo que necesitamos una nueva forma de ser y estar en el mundo y ese es el síntoma de que estamos preparados para encarar el camino de salida de la crisis. A medida que más gente abre los ojos a la forma de visión holística, más cerca estamos de la salida.

Nuestra sociedad ha recibido un aviso serio. Hemos mirando de frente al abismo. Es el momento de rediseñar los sistemas que nos han conducido hasta aquí y cambiar el rumbo.

Para recorrer la recta final de la crisis hay que incorporar definitivamente el pensamiento holístico, la ética y la ecología. Son los regalos que nos ha traído esta crisis colectiva. El camino ya no puede pasar por hacer las cosas de una manera menos mala, ha llegado el momento de hacer las cosas lo mejor posible. Quienes apuestan por desarrollar sus proyectos de forma integral y ética no están en crisis. Más bien todo lo contrario, se están convirtiendo en polo de atracción y referente para transitar por los nuevos caminos de futuro.

La filosofía se tiene que convertir en realidad. Ha llegado la hora de implementar las buenas ideas y eso pasa inevitablemente por la transformación del mundo de la empresa. Es el momento de crear empresas basadas en la nueva forma de pensar. Empresas cuyos residuos son alimento para otras empresas. Empresas que crean productos útiles, duraderos y limpios. Empresas capaces de aportar bienes comunes a la sociedad. Empresas capaces de imitar a la naturaleza en sus procesos.

Las grandes innovaciones en el siglo XXI son la ética y la capacidad de hacer nuevas conexiones con los elementos ya existentes. Debemos dejar paso a la gente que tiene una mirada nueva y limpia, a la gente capaz de ver oportunidades donde otros ven problemas. A los que son capaces de hacer conexiones inéditas. A los que de verdad creen en el servicio. A los que de verdad creen que se puede conseguir una sociedad sostenible que incluya a los más vulnerables. Es la hora de apoyar las buenas ideas y de que los cínicos le hagan un favor a las generaciones del futuro y se retiren.

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Publicado en: La crisis por Alberto D. Fraile Oliver
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