THEODOR HERZL Y SU PARAÍSO SOÑADO
El pueblo judío no ha estado frecuentemente perseguido, como lo ha sido el pueblo africano, sino unas veces sí y otras no, porque ha convivido, se ha relacionado, se ha confrontado con su ideal cultural a otros constantemente a fin de cuentas y, también, porque ha pugnado por el poder en los centros de los pueblos más poderosos de Europa y de América con su condición semita, de nomadismo primigenio; pero, tal condición, ha sido muy diferente a la del pueblo kurdo o a la del pueblo gitano o a la del pueblo tártaro. Por eso, se ha encontrado o ha tropezado con los problemas habituales en aquellos países en donde se ha pretendido una depuración étnica o, tan solamente, el preservar unos privilegios contra esos foráneos que les despertaban desconfianza; algo que ha persistido, sin remedio, a lo largo de la historia. Desde eso, por entre los avances de nuestra moderna civilización occidental los judíos vivían diseminados en Europa, en parte de Asia y en colonias por toda América. Sin embargo, es Europa Central-Oriental la que concentraba la gran mayoría -en densidad- y es, ahí, donde el búlgaro Theodor Herzl (1860-1904) difunde poco a poco sus ideas sobre la realidad judía y de cómo protegerla más bien. Establecido en Hungría y utilizando la lengua alemana como medio de expresión, al igual que casi todos los intelectuales de su época, se dio a conocer como escritor entre la sociedad berlinesa y vienesa, ora con comedias, ora con artículos periodísticos, ora con crónicas como corresponsal del "Neue Freie Presse" en París. No obstante, esta labor y sus continuos viajes lo llevan a conocer casos muy concretos de antisemitismo, por lo que se da cuenta que, en el fondo de la realidad, existe ese problema, que el antisemitismo es un riesgo siempre latente para su pueblo y que él ve desprotegido, desorientado en la "diáspora". Eso le incita a concienciarse, a tomar partido, por lo que él llamó "lograr una existencia nacional", un sueño: "Ya que somos perseguidos y se nos aparta de los demás, trabajemos para lograr una existencia nacional". Aún, sí, no sabía de la organización "Joveve Zion" que promovió el cirujano Jehudah Leib Pinsker en Odesa, 1885, en reacción o en defensa ante los pogroms de 1882 movimientos antijudíos-. Trabajó hasta su muerte por ese proyecto, desde el principio que
tuvo conciencia del sionismo o del espíritu de los amantes de Sión,
buscando colaboradores para colonizar
un lugar que resultara ser
ese "Estado nacional". Y con ese fin publicó "Der
Judenstaat" (El Estado Judío, 1896), obra capital del sionismo,
donde Herzl pide una soberanía judía como solución
sobre un territorio que podría ser Palestina o Argentina: Argentina
porque poseía los medios económicos y porque allí
se encontraba una gran colonia judía, Palestina porque era la patria
sentimental de su pueblo. Por ello, para financiar tal sueño incentivó
la creación de las compañías "Jewish Company"
y "Society of Jews". En ese ánimo, primero, buscó
el entrevistarse en Federico I y, luego, con la Santa Sede que se mostró
ésta reticente. En 1897 fundó el diario "Die Welt",
el que supondría el núcleo de expresión del movimiento;
pero, en ese mismo año, con ansiedad de ilusiones convoca, al fin,
en Basilea el primer Congreso sionista. Después, con Federico II,
algo que esperaba, consiguió una audiencia con óptimos resultados,
pues, se ofreció a apoyarlo comprendiéndole en parte todo
lo que le había expuesto. En el segundo Congreso, también
en Basilea, 1898, se ideó el fundar el banco financiero del sionismo,
"Jewish Colonial Trust" con sede en Londres. Tras poco tiempo,
en el tercer Congreso, los partidarios de Achad Haam veían más
útil un centro espiritual únicamente en Palestina, al ver
improbable una inmigración global de los judíos. En el cuarto
Congreso, ya en Londres, 1900, los británicos empezaron a interesarse
por ese movimiento que conseguía cada vez más simpatizantes.
En el quinto Congreso, 1901, el Banco Colonial, su banco, se fortalece.
Poco más tarde se entrevistó con Abdul Hamid un miembro
del gobierno otomano- y éste le propuso la colonización
en la región turca de Mesopotamia, algo que no fructificó.
La comisión Británica para la Inmigración, en 1902,
le abrió nuevas esperanzas al señalarle que ese Estado podría
estar en el Imperio Británico y a eso le ayudó con algunas
negociaciones; así, el ministro de Asuntos Exteriores, lord Landsdowne,
le defendió al fin, en el plan "Green berg", según
el cual se les cedería a los judíos El-Arish, en Egipto.
Este plan también fracasó o estaba hecho para fracasar,
ya que era mucho pedir un lugar que era bastante estratégico para
los británicos; pero el ministro de Colonias, Joe Chamberlain,
vio mejor que fuera
Uganda, una pequeña región del
sur de África. Esa fue una proposición inviable, pues, ¿cómo
iban a ir allí si hasta a los expedicionarios les era difícil?
Sin embargo, Herzl lo tomó en serio y en el sexto Congreso, 1903,
que se llamó "Congreso de Uganda", lo propuso; pero,
como se veía venir, la crítica de sus opositores fue durísima
en vista de que Uganda no era Sión, o ni siquiera se le parecía.
Como ultimátum, los sionistas rusos no querían en adelante
otra reivindicación que no estuviera en la dirección de
Palestina. Tras su muerte, el movimiento sionista, a la vez que se enriquece, sigue presionando a personalidades políticas de todo el mundo y en 1948, la ONU, el Estado de los judíos se los reconoce en Israel; ese fue el regalo. Al fin queda determinado un lugar a donde podrían los judíos ir, porque lo había reconocido un organismo internacional que sabía lo que hacía o que, al menos, era bien responsable internacionalmente de lo que hacía. Al fin queda determinado un lugar que lo habitaba otra gente, que contaba con otra cultura y en donde la tranquilidad árabe, digamos, era más habitual. Al fin se había cumplido tal sueño, el sueño de llevar un país desde el idealismo de muchos que lograban resultados por presionar políticamente hasta la práctica, desde donde no se sabía muy bien hacia dónde ir hasta el lugar que se obligó o se deliberó que ya fuera allí, el señalado por el dedo, y no más que allí. Con todas las consecuencias previsibles e imprevisibles. José REPISO MOYANO |