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Journalismus und Kommunikation

A PROPÓSITO DE LOS NEONAZIS EN EUROPA

 

Los neonazis rinden tributo a Hitler y Mussolini

Los neonazis rinden tributo a Hitler y Mussolini

Víctor Montoya, la Paz, Bolivia.-

Cierto día, mientras miraba en la televisión un programa sobre la violencia desatada por una banda de racistas y xenófobos, mi hijo, que en ese momento jugaba tendido de bruces sobre la alfombra, se aferró a mi brazo, acercó sus ojitos dubitativos hacia mi rostro y, con voz trémula, dijo: “¿Papá, nos matarán también a nosotros porque tenemos el pelo negro?” Yo lo miré perplejo, con un nudo en la garganta y sin saber qué responder. Después, él volvió a jugar, y yo, sin salir aún de mi asombro, me quedé pensando en su pregunta que, aparentemente ingenua, reflejaba la fría realidad que mostraban en la pantalla, una realidad que desangraba la democracia y la armoniosa convivencia ciudadana.

En otra ocasión, cuando en la misma pantalla apareció la imagen de Ian Wachtmeister y Bert Karlsson (líderes de la entonces Nueva Democracia), haciendo declaraciones sobre los supuestos excesos de los inmigrantes en Suecia, mi hijo me sorprendió con otra pregunta: “¿Y éstos son también malos, papá?”. Yo lo levanté en los brazos y, simulando una sonrisa, le contesté: “Estos son dos payasos y nada más, dos payasos que hacen reír y dan pena”. Claro está, cómo iba a explicarle a un niño que el ascenso del racismo, la xenofobia y el hipernacionalismo eran productos de la crisis del sistema capitalista y un chivo expiatorio en forma de cientos de miles de extranjeros.

Cómo iba a decirle que los líderes de la derecha se parecen al Flautista de Hamelín, que conducen a sus seguidores hacia el barranco, prometiéndoles que avanzan por buen camino, y quienes, ante las cámaras de la televisión, se muestran como auténticos demócratas, escondiendo su verdadero rostro como su verdadera opinión, aunque cada vez que arengan a sus secuaces no hacen otra cosa que compartir el fanatismo violento de las hordas neonazis, “skinheads” (cabezas rapadas) y de los partidos de extrema derecha, que abogan por la “supremacía del hombre blanco”.

Los skinheads enarbolan los ideales del nazismo

Los skinheads enarbolan los ideales del nazismo

Sé de sobra que a mi pequeño hijo, por algún tiempo más, no podré explicarle que el racismo es la expresión hipertrofiada de un componente de la personalidad humana: el temor al “extranjero”, a lo desconocido. Es decir, que la ideología fascista es la expresión extrema, racionalizada y colectivizada de ese rechazo a todos quienes no comparten su filosofía eurocéntrica.

No hay más que recordar los acontecimientos acaecidos en algunos países de la Unión Europea, como en la siempre temida Alemania unificada, donde los neonazis dicen que ellos ejecutan acciones que son determinadas por los propios ciudadanos, quienes son potencialmente xenófobos en el silencio. Por ejemplo, en Rostock, ante los turbulentos atentados racistas, las mismas fuerzas del orden parecían tener más simpatía por los neonazis que por las manifestaciones de la izquierda; lo mismo sucedió en Lichtenhagen, donde miles de habitantes prorrumpieron en aplausos y gritos a favor de los energúmenos fascistas, quienes lanzaron piedras y explosivos de fabricación casera contra los albergues de los inmigrantes.

Explicarle a un niño que no debe hablarse de categorías de individuos, sino sólo de individuos independientemente del color de su piel, cultura y nacionalidad -ya que la identidad de un país no se forma en un cuarto vacío, sino en una colectividad que constituye casi siempre una suerte de ensamble multicultural-, resulta tan difícil como explicarle el porqué estoy en Suecia que, por cierto y sin desmerecerlo, me brindó asilo político solidario cuando más lo necesitaba.

No me entendería si le digo que soy un refugiado más, porque en mi país de origen me opuse a un régimen de facto que asaltó el poder irrumpiendo la democracia, contra quienes hicieron desaparecer impunemente a militantes revolucionarios; contra quienes, organizados en “escuadrones de la muerte”, lincharon a hombres y violaron a mujeres; contra quienes, acostumbrados a vulnerar los Derechos Humanos, torturaron y asesinaron con frialdad pavorosa y contra quienes, como los neonazis dentro de la Unión Europea, usaron la violencia como el único y último recurso para imponer sus prerrogativas.

Sin embargo, estoy seguro de que mi hijo, como otros niños que nacieron en el exilio, un buen día sabrá que a los ciegos de hoy les quitaremos la venda de los ojos para mostrarles que la realidad de un país no es lo que ellos quieren ver, sino otra cosa, un enorme abanico que compendia todos los colores, olores, sabores, lenguas, credos y culturas, y que el proceso de la democracia, así no haga milagros ni estragos, es algo que debemos de aprender a defender, para que el sueño de la libertad y la justicia no se haga añicos por la sola presencia del exacerbado nacionalismo xenófobo, que no tiene más importancia que la que en realidad tiene: primero, porque no representa a una opinión mayoritaria; y, segundo, porque son una pandilla de cretinos que no merecen el respeto ni el perdón.

Ahora bien, como todos los demócratas, quiero conservar la libertad de opinión y expresión, pero también la seguridad ciudadana, puesto que, al fin y al cabo, quiero que me dejen vivir en paz y en completa armonía con mis semejantes. Quiero que se sepa, además, que no estoy dispuesto a enmudecer ante las bravatas y la violencia verbal de un grupúsculo de resentidos sociales y, mucho menos, dispuesto a dejarlos enarbolar las banderas de una ideología que amenaza la convivencia social y siembra el pánico y el temor entre los niños.

Mi experiencia personal es apenas el pálido reflejo de una realidad que afecta a millones de familias extranjeras a lo largo y ancho de Europa. No es casual que hace un tiempo atrás, un padre de familia de origen chileno, que se vio obligado a abandonar su país desolado por una dictadura militar, me confesó con una profunda tristeza: “No hay una sola noche en que mi hijo deje de enfrentarse con los “skinheads” (cabezas rapadas). Si una noche no lo atacan a él, atacan a su amigo o al amigo de éste. De modo que mi hijo, que llegó a Suecia siendo aún niño, pertenece ya a una generación que está marcada por la propaganda racista y el menosprecio contra el ‘cabeza negra’. ¿No sé qué hacer?”.

La preocupación de este padre es comprensible desde todo punto de vista, pues se trata de un individuo que, huyendo de una sanguinaria dictadura militar, buscó refugió en Suecia, con la esperanza de ofrecer un futuro mejor a sus hijos; un sueño que parece haberse roto en pedazos y se convirtió en pesadilla la vez en que su hijo llegó a casa hostigado por una pandilla de neonazis, que lo acosaron desde la escuela, gritándole al unísono: “¡Cabeza negra, fuera de nuestro país!”

Estos pandilleros, cuyos ídolos son Hitler, Mussolini y Franco, fueron reclutados desde los 14 años de edad por organizaciones de extrema derecha, con el propósito de crear una corriente de opinión destinada a desbaratar la política de inmigración de cualquier gobierno democrático y, enarbolando las banderas del nazismo, oponerse a la mezcla de razas y culturas.

Esta política racial, que pretende legitimar la existencia de una raza “fuerte” y otra “débil”, de una raza supuestamente “superior” y otra “inferior” -compuesta por judíos, gitanos, indios, negros y homosexuales-, reaviva la mentalidad del nazismo alemán, cuyas consecuencias, aparte del holocausto en el cual perdieron la vida millones de seres humanos, fueron “la noche de los cristales rotos y los cuchillos largos”.

Los judíos fueron amedrentados y asesinados por bandas de fascistas armados. Sobre los letreros de las tiendas, que habitualmente eran concurridas por todos, se pusieron advertencias que decían: “Prohibido el ingreso de perros y judíos”, y sobre las ropas de los judíos se cosió la estrella de David para que sean fácilmente identificados a la hora de ser deportados a los campos de concentración y exterminio.

El racismo, que no es una rara perversión diabólica ni un fenómeno natural del instinto humano, es una teoría que admite la existencia de “razas dominantes” y “razas dominadas”; y, lo que es más grave, es una teoría que algunos la llevan a la práctica de manera brutal, como sucedió en una pequeña ciudad de Suecia, donde la sola presencia de un 9% de inmigrantes (en una población de menos de 18.000 habitantes), fue suficiente para despertar los instintos gregarios de un grupúsculo de muchachos neonazis que, luciendo cruces esvásticas, vestimentas del Ku Kux Klan, botines de caña alta y cazadoras americanas, aterrorizaron a varias familias de inmigrantes, quemando cruces, pintarrajeando paredes, destrozando las tiendas y los restaurantes administrados por “extranjeros”.

Los símbolos del nazismo son exhibidos abiertamente por los racistas

Los símbolos del nazismo son exhibidos abiertamente por los racistas

Estos mismo neonazis llegaron al extremo de asestar, en noviembre de 1995, el frío metal de un cuchillo en el pecho de un muchacho de origen africano, quien murió desangrado en una de las calles céntricas de la ciudad. Los peatones vieron su cuerpo tendido entre los arbustos, pero ninguno acudió a socorrerlo ni a denunciar el caso en la policía; es más, un transeúnte le arrojó una cáscara de banano en actitud de desprecio, mientras otro depositó al lado de su cadáver una bola de carbón que representaba la cabeza de un muñeco negro. Los testigos dijeron no haberse percatado de que el hombre estaba muerto; algunos, incluso, pensaron que se trataba de un “negro borracho”, durmiendo en plena calle y a plena luz del día.

Lo que más extraña de esta actitud pasiva y contemplativa, que puede tornarse en un arma tan peligrosa como el acto mismo de ejecutar un crimen fríamente planificado, es el hecho de que ningún político de la cúpula gubernamental haya dicho: “esta boca es mía” ni que este caso haya sido motivo suficiente para generar una protesta nacional contra los asesinos, quienes, con el cinismo, la impunidad y la insensatez que caracterizan a los criminales en potencia, usaron a la prensa sensacionalista para difundir su propaganda de intimidación contra los inmigrantes, quienes, según ellos, son los causantes de todos los males sociales y económicos que aquejaban al país.

Por lo demás, pienso que la consigna de resistencia es clara y contundente: no debemos dejarnos intimidar por las bravatas ni fechorías de estas pandillas de antisociales; por el contrario, debemos cerrar filas en torno a las organizaciones que no están dispuestas a tolerar el racismo, “la exaltación del poder blanco” ni la propaganda neonazi, que se distribuye abiertamente en los establecimientos educativos a nombre de la democracia y la libertad de expresión, aun sabiendo que el totalitarismo fascista, que reconoce al individuo sólo en la medida en que sus intereses coinciden con los del Estado absoluto, no tiene lugar en un sistema político pluralista y democrático, basado en el respeto a los Derechos Humanos y la diversidad de razas, lenguas y culturas.

Los inmigrantes estamos en el deber de esclarecer que la crisis económica de un país, como la crisis estructural del sistema capitalista, no se resuelve con la discriminación y la expulsión de los “extranjeros”, sino con la participación colectiva en las decisiones del Estado y con la distribución equitativa de los recursos, que hoy están concentrados en pocas manos.


LO “FEO” Y LO “BELLO”

Ser blanco a cualquier precio es la respuesta a la discriminación racial

Ser blanco a cualquier precio es la respuesta a la discriminación racial

Víctor Montoya, Bolivia.-

En una sociedad de desenfrenado consumo, competencia y superficialidad, el culto a la anatomía humana es cada vez más evidente a través de las dietas milagrosas, la proliferación de gimnasios y las operaciones estéticas. Tanto hombres como mujeres adquieren productos cosméticos y practican deportes para mantenerse en forma, como manifestando que valoran más su cuerpo que su salario y anteponen su rostro a su cerebro.

Pero, en realidad, ¿qué es la belleza? Un fenómeno subjetivo e individual, relacionado con los valores estéticos de una cultura determinada, pues lo que es “bello” para unos, puede ser “feo” para otros. Si para los griegos antiguos era bello el físico musculoso de un hombre, para los chinos eran bellos los pies atrofiados de una mujer; si la piel lozana es bella para los franceses, la piel labrada y horadada es bella para los beduinos del desierto. Es decir, las apreciaciones de la “fealdad” y la “belleza” dependen de la escala de valores estéticos que prevalecen en cada época y cultura.

Así, en Occidente, los atributos de belleza están relacionados con los ojos grandes, la nariz recta, los labios delgados y el pelo lacio. Y quienes nacen desprovistos de estos rasgos, no tienen otro remedio que vivir maldiciendo o someterse al bisturí del cirujano, un verdadero artista que crea una nueva imagen sobre la base de una materia noble aún no inventada. Y si la persona, que se sometió a esta carnicería humana, no se reconoce frente al espejo o se siente vivir como embutida en pellejo ajeno, será mejor que se quite la vida de un tiro o se lance al precipicio, porque la cirugía estética, que jamás podrá contra la muerte, no garantiza el cambio sustancial de la personalidad humana, como no define lo que es “feo” ni lo que es “bello”.

Desde que los japoneses se operaron los ojos para parecerse a los occidentales y Michael Jackson decidió dejar de ser negro para convertirse en el precursor de un mestizaje perfecto, son miles ya los adolescentes que llegan a los quirófanos con la fotografía de su ídolo en la mano, para que el cirujano haga en ellos un milagro. Sin embargo, lo que desconocen estos adolescentes, que padecen del síndrome de Michael Jackson, es que su ídolo pertenecía a una “raza inferior” en una sociedad competitiva, en la cual una persona negra, gorda y vieja era más discriminada que una persona blanca, joven y esbelta.

De modo que los estereotipos de lo “feo” y lo “bello” están asociados a la discriminación racial y a la supuesta “supremacía” del hombre blanco. No es casual que desde la colonización de América, Asia, África y Australia, prevalezca el criterio de que la “fealdad” es sinónimo de negro, indio, gitano, judío o árabe. Por lo tanto, en una sociedad cuyos parámetros estéticos están impuestos por los modistas y estilistas de Occidente, el negro tiende a ser cada vez más blanco y el blanco cada vez más perfecto; es más, se vuelve a hablar de la “biología racial” como en los tiempos del nazismo alemán, que propagó la teoría de que la raza aria no sólo era la más bella, sino también la más inteligente y perfecta.

Como si fuese poco, no faltan quienes exaltan la “supremacía” y “belleza” de la raza blanca, arguyendo que la mujer rubia -piernas largas, nalgas redondas, pechos firmes, labios sensuales y ojos seductores- sigue siendo la mujer ideal con la que sueñan la mayoría de los hombres, sobre todo, en los países del llamado Tercer Mundo, donde las blancas son más cotizadas que las indias o negras; primero, debido a las condiciones socioeconómicas impuestas por una minoría blancoide desde la época de la colonia; y, segundo, debido a la discriminación racial y al complejo de inferioridad que sobrevive en el subconsciente colectivo de las culturas colonizadas.

La escala de valores estéticos preestablecidos, más que hacer un bien a la colectividad, daña la autoestima de las personas que se sienten “feas” por ser gordas, negras o bajas; habida cuenta de que el estereotipo de la mujer “bella” es sinónimo de esbelta, rubia y alta; un parámetro que permanece vigente desde la época de la colonia, en la que se forjó la idea de que los blancos eran los salvadores de la humanidad y los indios los culpables de todos los males.

Del colonialismo se heredó también el prejuicio racial de creer que el “blanco” es mejor que el “negro” y que el “gringo” es mejor que el “indio”; valores relativos que los epígonos de la biología racial se han ocupado de universalizarlos como verdades absolutas, ya que si miramos nuestra realidad con otra lupa es probable que encontremos a una gringa “fea” y a una india “bella”. Todo dependerá de los gustos estéticos que se manejen, porque así como a unos les gusta una “gordita”, a otros les apasiona una “flaquita”; tampoco faltan quienes prefieren a las mujeres hechas a golpes de silicona y cirugías estéticas, porque como bien dice el sabio proverbio: “Sobre gustos no hay disgustos”.

Por consiguiente, valga aclarar que el concepto de lo que es “bello” y lo que es “feo”, más que ser una valoración compartida por todos, es una imposición arbitraria de las corrientes de moda, que establecen lo que es “bello” y lo que es “feo”, como los padres del moralismo trasnochado repiten lo que es “bueno” y lo que es “malo” en la conducta de una persona sujeta a determinadas normas ético-morales.

Si antes las mujeres se sometían a un tratamiento especial para estirarse la piel de la cara, replantarse los cabellos perdidos o eliminar las grasas del cuerpo; ahora, cuando se ha puesto de moda la “tetomanía” -estoy pensando en Dolly Parton- y los vestidos que marcan, no basta ya con tener la piel tersa como la porcelana o la cinturita de avispa, sino también las nalgas de Jennifer López, las caderas de Shakira y los pechos de Pamela Andersen, cuyas figuras se han convertido en los tótems de nuestro tiempo.

El otro prototipo perfecto es Marilyn Monroe, la rubia de ojos azules y voz trémula de niñita mimosa, cuya belleza, deslumbrante como una estrella, le abrió las puertas de Hollywood, donde interpretó papeles turbulentos, hechos a la medida de su propia vida, tan desastrosa como otras vidas que jamás se cuentan en público, que no se leen en revistas ni periódicos, pero que existen en el silencio y el anonimato, entre las mujeres quesueñan en parecerse, tanto en el rubio platinado de su pelo como en el fulgor de su belleza, a Marilyn Monroe.

Este síndrome colectivo, además de representar el menosprecio y la discriminación racial contra las razas no occidentales, ha creado una inseguridad personal en las mujeres que, en su intento por parecerse a las muchachas de pasarela, cuyas medidas son 96 cm. de busto, 46 cm. de cintura y 86 cm. de caderas, deciden transformar su cuerpocon la ayuda de la cirugía estética, que les agrega lo que les falta y les quita lo que tienen de sobra.

El cuento de Blancanieves y su madrastra perversa, no es más que un alegato de quienes, superado el meridiano de su vida, tienen el deseo de conservarse jóvenes a cualquier precio, puesto que la vejez, reflejada en el espejo, es más temida que el fantasma de la muerte. Quizás por eso la madrastra de Blancanieves, que vivía atormentada por la juventud y belleza de su hijastra, se consolaba preguntándole al espejo de su alcoba: “Espejito, espejito, ¿quién es la más bella de este reino?”. El espejo le mentía y contestaba: “Tú, mi reina…”.

Por suerte, la mujer moderna puede sobrevivir al dilema de la madrastra de Blancanieves, pues no necesita ya avergonzarse de su apariencia física ni poseer un espejito que le mienta. Si no se siente a gusto consigo misma, puede someterse al filo del bisturí y operarse la cara con la misma facilidad con que se opera los senos, los glúteos y las celulitis de las piernas, ya que el avance estrepitoso de la cirugía estética le ofrece la posibilidad de parecerse al juguete de su infancia, a esa mujer rubia y esbelta que responde al nombre de Barbie, la muñequita que se vende en más de 140 países y constituye el juguete predilecto de las niñas del Tercer Mundo, al menos si la comparamos con Matina Patina Patina, Li’l Miss Sirenita, Olly Pocket y Pottajonta.

Ante esta realidad, que parece confirmar la tesis de que las relaciones humanas giran más en torno a la anatomía que a la economía, son cada vez más las mujeres que se elevan las nalgas o se aumentan las mamas con prótesis de silicona que, por desgracia, a veces revientan como globos o quedan desproporcionados con relación al peso y la estatura. Pero como esto parece no importarle a nadie -y menos a quienes se dan el lujo de pagar una cirugía estética con dinero contante y sonante-, sigue aumentando la ola de señoras que se ponen la mano al pecho y calculan su valor.

Y mientras son miles quienes aguardan su turno para pasar por el mágico bisturí de la cirugía estética, y las encuestas revelan que los hombres -además de haber desbaratado el dicho popular: “Un hombre es como el oso, mientras más feo,más hermoso”-dedican tanto tiempo como las mujeres al cuidado de su figura; en tanto la cirugía estética, convertida en un negocio millonario, sigue avanzando a contrapelo de la teoría darwinista sobre la evolución y selección natural de las especies, puesto que es capaz de trastocar las leyes de la naturaleza y cambiarles a los humanos la cara y el cuerpo, como si con esto se quisiera hacer de los hombres más hombres y de las mujeres más mujeres, aun sabiendo que la belleza no es aquello que se lleva por encima, sino aquello que se lleva por dentro, y que la felicidad plena de una persona no está en la belleza ni en la riqueza.

Lo cierto es que el mundo de la biología se encuentra en su fulgurante desarrollo, y esto implica tener un nuevo concepto en el orden científico y ético, pues no sólo se cuenta con una cirugía estética funcional, sino también con una alta ingeniería genética que reproduce niños probetas, con espermas donados y úteros alquilados. En síntesis, si es posible concebir mediante una inseminación artificial, entonces es más simple modificar las facciones de quienes viven aquejados por su fealdad y una verdadera esperanza para quienes prefieren morir transformados pero contentos.

Por lo demás, queda claro que en toda sociedad superficial y competitiva, donde reina la discriminación y el racismo, tiene mucho más valor la apariencia física, el bienestar económico y el estatus social de una persona, que los valores humanista de quienes, lejos de los estereotipos de lo “bello” y lo “feo”, se empeñan por construir un mundo donde todos se miren con la misma lupa y se midan con la misma vara, a pesar de las diferencias sociales, culturales, raciales, políticas y religiosas.


LA PROSTITUCIÓN, VENENO Y ALIMENTO DE UN OFICIO ANTIGUO

Víctor Montoya, Bolivia.-

La prostitución no tiene nombres ni edades

La prostitución no tiene nombres ni edades

La prostitución de la mujer es tan antigua como la mercancía, con valor de uso y de cambio, una profesión ejercida generalmente por las mujeres provenientes de los estamentos sociales más bajos, una de las manifestaciones del desplome aterrador de la dignidad humana y los valores morales.

Los hombres, en el pasado, no consideraban indecente el oficio de la prostitución, porque ya entonces, como en la actualidad, eran ellos quienes controlaban la superestructura social, donde las mujeres no tenían acceso sino como hetairas o amantes. Por ejemplo, en los países orientales, la prostitución pública de una mujer estaba admitida por todos.

En Babilonia, la orgullosa ciudad de la Mesopotamia, se permitía que las jóvenes fuesen en peregrinación, por lo menos una vez, al templo de la diosa Milita, para prostituirse en su honor, al capricho de los hombres que acudían a raudales, con la intención de descubrir los misterios del amor a través del contacto con una „profesional del placer“. Se consideraba una virtud pertenecer a la orden de las sacerdotisas del templo Istar -diosa de la fertilidad y la guerra-, y los propios reyes dedicaban sus hijas a la vocación sacerdotal, cuya principal función era servir de prostitutas sagradas en las grandes festividades.

Las hetairas, mujeres que elevan la práctica del amor a la categoría de arte, fueron autoras propias de tratados sobre dichas prácticas, pudiéndose enunciar los tratados de Artyanassa, vieja servidora de Helena, de Filenis de Samos y los de Elefantis. No en pocas ocasiones, el erotismo literario va asociado a la comedia o se asocia con la sátira y la crítica social.

En las religiones y sistemas de creencias siempre está presente el erotismo, aunque se lo puede encontrar en dos facetas aparentemente muy opuestas: por ejemplo en el cristianismo católico los textos místicos de san Juan de la Cruz y „Las Moradas“ de santa Teresa de Ávila poseen una retórica llena de un sublimado erotismo dirigido a la deidad, mientras que en otras religiones (como las de los fenicios, mesopotámicos etc.) existía una prostituta sagrada que llegó a la Grecia clásica, en la Roma Antigua se hace notorio el contraste entre la „lujuria“ con abundante arte erótico o, más que entre los griegos, directamente pornográfico y la severa castidad y virginidad impuesta a las vestales. Tales antinomias dentro de un mismo sistema religioso se evidencian asimismo en el hinduismo donde existen movimientos promotores de las más rigurosas ascesis opuestas a lo libidinoso junto a exaltaciones de la sexualidad como ocurre con el conocido texto del „kama Sutra“ o las imágenes de templos como los de Suria y Khajuraho.

August Bebel, basándose en los relatos del „Antiguo Testamento“, demostró que los judíos no eran ajenos a este tipo de culto y al oficio de la prostitución. En su libro, „La mujer“, apunta: „Abraham cedía, sin escrúpulos, las gracias de Sara a otros hombres, sobre todo a los jefes de tribus (reyes) que iban a visitarle y le retribuían espléndidamente. El patriarca de Israel, antepasado de Jesús, no encontraba repugnante este comercio que hoy calificamos de indigno y deshonroso. Es notable que aún hoy, en las escuelas, se enseña a las niñas el mayor respeto hacia aquel hombre. Como es sabido y hemos dicho ya, Jacob se casó con dos hermanas, Lía y Raquel, las cuales también le entregaban sus siervas; y los reyes hebreos David, Salomón y otros disponían de numerosas harenes, sin que frunciese el ceño Javeh. Era costumbre, y las mujeres la aceptaban“ (Bebel, A., 1976, p. 34).

En la antigua Grecia se establecieron también casas públicas, con mujeres que vivían del comercio sexual. Solón las introdujo en Atenas el año 592 antes de la Era cristiana, como apéndice de las instituciones del Estado; hecho que fue elogiado por sus contemporáneos en los siguientes términos: „¡Loor a Solón por haber comprado mujeres públicas para la depuración de las costumbres y sosiego de una ciudad poblada de jóvenes robustos, que sin tan sabia fundación perseguirían con sus galanteos descarados a las mujeres de las clases principales!“. En Lidia, Cartago y Chipre, las jóvenes tenían, por su parte, el derecho a prostituirse para ganarse la dote.

La prostitución de las doncellas, „entre los fenicios y los lidios, se imponía a título de deber religioso, y en esto se funda, evidentemente, la costumbre, frecuente en la antiguedad y en las comunidades de mujeres, de conservar la virginidad para hacer con ella una especie de ofrenda religiosa al primero que llegara y pagara su precio a los sacerdotes. Costumbres análogas existen aún hoy, como relata Bachofer, en muchas tribus indias, en Arabia del Sur, en Madagascar, en Nueva Zelandia, donde la prometida es prostituida por la tribu antes del matrimonio. En Malabar paga el marido un tanto al que desflore a su mujer (…) Semejante institución y costumbres sentaban admirablemente a un clero libidinoso, sostenido por hombres de no mayor valía moral; así la prostitución de la mujer soltera se hizo una regla establecida para el cumplimiento de los deberes religiosos (…) El sacrificio público de la virginidad simbolizaba la concepción y la fertilidad de la tierra productora, y se cumplía en honor de la diosa de la fecundidad, venerada en todos los pueblos de la antigüedad bajo los diferentes nombres de Aschera-Astarté, Milita, Afrodita, Venus y Cibeles. Se elevaban en su honor templos especiales, provistos de altares de toda clase, donde se hacían sacrificios a las diosas, según ritos determinados. La ofrenda en dinero, que los hombres depositaban, caía en la bolsa de los sacerdotes“ (Bebel, A., 1976, pp. 31-32).

En la cuenca del Mar Mediterráneo, ya fuera en el Antiguo Egipto o entre los pueblos semíticos solía considerarse ya como una desnudez el hecho que las mujeres mostraran en público su cabellera; la ocultación de la cabellera femenina también existió aunque más moderada en la antigua Grecia y la antigua Roma, en la Roma clásica se distinguía a la mujer que no era „lupa“ (lupa = „loba“ = prostituta) porque llevaba en público sus cabellos o bien cubiertos o recogidos en un rodete; en el Antiguo Egipto se consideró un acto de desnudez femenino el hecho que la mujer exhibiera su cabellera natural, pero como era común que los egipcios y las egipcias se decalvaran por cuestiones de higiene extrema (por ejemplo evitar piojos) el uso de pelucas por parte de las mujeres era altamente erótico y las mujeres semidesnudas con peluca excitaban como si estuvieran desnudas. La semidesnudez erótica entre los antiguos egipcios ha sido común en pinturas y estatuaria en la que aparecen representadas bellas mujeres vestidas con tules u otras ropas sutiles de hilado con lino cuyas trasparencias permitían observar gran parte del cuerpo femenino, para el egipcio común como para otros pueblos, la mujer saliendo vestida de las aguas, aunque con sus ropas mojadas ciñéndole el cuerpo y mostrando la mayor parte de sus curvas, ha sido una semidesnudez (semidesnudez que se reiteró más de tres mil años después entre cierta élite francesa en tiempos previos al Imperio Bonapartista: la moda estilo imperio precedió al mismo Napoleón I entre las mujeres, las cuales para evidenciar su belleza corporal llegaron a humedecer sus ropas en el bastante poco apacible clima parisino, lo cual dio lugar a un síndrome de resfríos, gripes, neumonías etc. que fue llamado „enfermedad de las muiselinas“ o, recordando a la promiscua emperatriz romana, de las Mesalinas.

Si en la antigua Grecia y Mesopotamia, la prostitución formaba parte de las tareas del templo, y todas las mujeres participaban en ellas antes del matrimonio como un tipo de ritual religioso, en la cultura incaica existían doncellas que, a tiempo de adorar a los dioses, satisfacían los impulsos sexuales del Inca. También se admitió la existencia de „pampayrunas“ (prostitutas), quienes vivían aisladas en el campo y dedicadas al comercio sexual. Además, como las costumbres sexuales americanas eran más libres y variadas antes de la llegada de los conquistadores, entre los mayas estaba permitido que los varones llevaran prostitutas a sus casas; en Panamá habían incluso tribus en las que se practicó el homosexualismo de manera natural, hasta cuando la moral cristiana se impuso a sangre y fuego y restringió estas costumbres sexuales.

En Nicaragua, la prostitución „era considerado un trabajo tan respetable como cualquier otro; era corriente que una joven se ganara la vida con amantes de paso y acumulara así su dote. Los padres estaban no sólo de acuerdo, sino que guardaban con ella un entendimiento perfecto: seguía viviendo con ellos -su actividad se verificaba en un lugar especial del mercado-, los sostenía en caso de necesidad y cuando quería casarse su padre le cedía una parcela de su terreno. La aceptación social implicada en estas relaciones está corroborada por la actitud de los jóvenes hacia la que vendía su cuerpo (diez granos de cacao era el precio oficial). Igual que si se tratara de una obrera o una empleada, los muchachos del barrio la rodeaban, la querían, la acompañaban a su trabajo o la iban a buscar. Oviedo insiste repetidas veces en que esos hombres, a los que no sabe dar otro nombre que el de ‚rufianes‘, no recibían ni dinero ni favores especiales. Cuando la mujer anunciaba su deseo de casarse, sin revelar el nombre del elegido, pedía a los galanes que le construyesen una casa“ (Séjourné, L., 1976, pp. 128-129).

En Bolivia, después de descubierto del „cerro que manaba plata“, en 1545, se concentraron en Potosí, junto a virreyes y capitanes generales, cientos de tahúres profesionales y prostitutas célebres, a cuyos salones lujosos concurrían los conquistadores que no sabían en qué despilfarrar los lingotes de oro y plata.

„Otro fenómeno -señala Bebel-, que tiene por causa la supremacía del hombre sobre la mujer, y que persiste y se agrava a cada paso, es la ‚prostitución‘. Si en los pueblos más civilizados de la tierra el hombre exigía a su mujer rigurosa reserva sexual respecto de los demás hombres, y si con frecuencia castigaba una falta con penas muy crueles, por ser mujer de su propiedad, su esclava, y por tener, en caso de infidelidad, derecho de vida y muerte sobre ella, no estaba, en manera alguna, dispuesto a someterse a la misma obligación. El hombre podía, ciertamente, comprar varias mujeres, y, vencedor de batallas, quitárselas al vecino. Pero esto implicaba la necesidad de mantenerlas, lo cual sólo pudo realizar una exigua minoría, dadas la desigualdad de las fortunas y el corto número de mujeres hermosas, cuyo precio aumentó. Mas como el hombre iba a la guerra, viajaba continuamente y ansiaba, sobre todo, el cambio y la diversidad de los placeres amorosos, sucedió que solteras, viudas, mujeres repudiadas o esposas pobres se ofre-cían al hombre por dinero y éste las compraba para sus placeres superfluos“ (Bebel, A., 1976, pp. 30-31).

En la Europa medieval, la prostitución gozaba de una organización gremial, como cualquier otro oficio, y en cada ciudad existía una casa de mujeres bajo el control de las parroquias, en cuyas cajas ingresaban las ganancias de la prostitución. Además, en ese tiempo, las mujeres pobres del campo acudían a las grandes urbes en busca de mejores condiciones de vida. „Si no lo conseguían con su propio trabajo se les presentaba otro camino: vender sus cuerpos. Esta forma de ganar dinero estaba tan difundida que las mujeres venales organizaron sus propios gremios en muchas ciudades. Estos gremios los legalizaban los regidores de la ciudad (es decir, los habitantes que poseían carta de vecindad), y las prostitutas organizadas perseguían encar-nizadamente a toda mujer que se atrevía a prostituirse sin pertenecer a las organizaciones legales aceptadas por los honorables consejeros de la ciudad. Por eso era muy difícil ganar dinero como mujer libre ‚callejera‘, fuera de las casas de muchachas, es decir, de los burdeles“ (Kollontai, A., 1976, p. 73).

Esto no implicaba que las prostitutas estuviesen a salvo de las represalias desencadenadas por el clero. En los tenebrosos días de la Inquisición y la Reforma fueron cientos, acaso miles, las que ardieron en las hogueras, a pesar de que este acto de doble moral se había ya experimentado a principios de la Edad Media, cuando Carlomagno dispuso que toda mujer prostituta fuese paseada desnuda y a latigazos por las calles, mientras él mismo, como emperador y rey cristianísimo, poseía nada menos que seis mujeres a la vez.

A mediados del siglo XIX, los países que más se dedicaron a la trata de esclavas blancas fueron Alemania y Austria. Desde el puerto de Hamburgo se exportó la mayor cantidad de mercancía viviente hacia América del Sur, Bahía y Río de Janeiro, pero el lote más importante era destinado a Montevideo y Buenos Aires, mientras una pequeña parte iba rumbo a Valparaíso, a través del estrecho de Magallanes. Otra corriente dirigíase, sea por Inglaterra o por vía directa, a América del Norte, donde competían con las prostitutas indígenas, y donde se dividía, dirigiéndose, sea hacia el Oeste y California. Desde aquí seguían la costa hasta Panamá, mientras Cuba, las Indias occidentales y México eran abastecidas por Nueva Orleáns. Bajo el nombre de bohemias, otras jóvenes alemanas eran exportadas, a través de los Alpes, a Italia, y de allí, más al sur, a Alejandría, Suez, Bombay, Calcuta, hasta Singapur y aun hasta Hong-Kong y Shangai. Las Indias holandesas, el Asia oriental y, sobre todo, el Japón, eran malos mercados, porque Holanda no toleraba en sus colonias jóvenes blancas de este género, y en Japón las muchachas del país eran demasiado hermosas y muy baratas. La concurrencia americana por San Francisco contribuía igualmente a hacer muy difíciles los negocios por dicho lado, mientras San Petersburgo y Moscú se proveían de los mercados de Riga y otras ciudades del Báltico.

El comercio de esclavas blancas y el establecimiento de casas públicas fueron cada vez más ascendentes, a pesar del sistema de reglamentación que se introdujo en varios estados europeos, con el propósito de registrar a las prostitutas y así evitar la proliferación de la sífilis y otras enfermedades venéreas. Esta reglamentación, a pesar de todos los esfuerzos y recursos, fracasó en todas partes, debido a que ningún hombre se sometió a dicho control.

En cuanto al número de mujeres que ejercían la prostitución en algunas ciudades europeas del siglo XIX, cabe destacar los siguientes datos: en Londres habían entre 80.000 y 90.000 prostitutas en 1869; en París, la cifra de mujeres registradas por la policía es sólo de 4.000, pero el de las prostitutas asciende a 60.000, y, según ciertos autores, hasta 100.000; en Berlín habían alrededor de 15.065 en 1871. Y como sólo en el año 1876 hubo 16.198 arrestos por infracción de los reglamentos de policía de las costumbres, puede deducirse que no exageran quienes estimaban de 25.000 a 30.000 el número de prostitutas berlinesas. En Hamburgo, en 1860, contábase una „mujer pública“ por cada nueve mayores de quince años, y en Leipzig había en la misma época 504 mujeres inscritas, pero se calculaban en 2.000 las que vivían esencial o exclusivamente de la crápula.

En el presente siglo, las mujeres del llamado Tercer Mundo, además de sufrir diversos grados de explotación social, son explotadas sexualmente, ya sea con sistemas del tipo „alquile una esposa“, a través de las compañías financieras internacionales, los grupos bancarios que manejan los hotel-burdeles y con la promoción del turismo mediante anuncios sexistas, donde el cliente puede hacer el amor a crédito o pagar con tarjeta.

La pornografía infantil, impresa o audiovisual, es otra de las manifestaciones de la prostitución y un mercado lucrativo, una industria que se vale del cine, el video, la fotografía y el cómic, para comercializar con el sexo de „mujeres-niñas“.

En Japón, donde la industria pornográfica ha superado en beneficios al poderoso sector del automóvil, existen medio centenar de revistas que publican reportajes con fotografías de adolescentes en trajes de baño o vestidas de colegialas en posturas ligeramente eróticas. Los expertos deducen que el hombre japonés siente una gran fascinación por la „mujer-niña“, y los comerciantes del sexo sacan partido de ello.

En EE.UU., la prostitución infantil es consecuencia directa de la pobreza y el consumo de drogas. Los cálculos sobre el número de prostitutas menores de edad sitúan la cifra de más de un millón. Si se añade a quienes se dedican al „sexo de supervivencia“ (encuentros ocasionales con el fin de conseguir dinero para comida o droga), el número asciende al doble o triple. Además, existe medio millón de menores que son usadas en la producción pornográfica, de las cuales muchas han sido importadas por la mafia desde Puerto Rico, Jamaica o México.

En Tailandia, el paraíso sexual del turismo occidental, los traficantes ofrecen un préstamo a los padres de las niñas de nueve y diez años de edad, en tanto a las de doce y trece les ofrecen un trabajo como camareras en restaurantes o como „bailarinas folklóricas“. Pero, una vez en manos de los proxenetas, que controlan el mercado del sexo, son vendidas a los burdeles de Bangkok, Pattaya y otras ciudades del interior, mientras a las más hermosas las venden al extranjero, a Japón, EE.UU., Europa y Canadá, burlando el control de las autoridades que rastrean la pista de los tratantes que miserablemente engañan a campesinos tailandeses y compran a sus hijas por adelantado para comerciar después con ellas en lugar de proporcionarles el „trabajo decente“ que se prometió a la familia. En los pueblos del norte, junto a la frontera con Birmania, no queda ni una sola niña, porque han sido vendidas por sus padres o maridos con un contrato como sirvientas a propietarios de burdeles. Pero los traficantes de niñas, tras agotar las reservas tailandesas, han extendido sus zonas de reclutamiento a Birmania, Laos y China. Y, aunque se sabe que el gobierno birmano encierra en prisiones, o incluso asesina, a las prostitutas que vuelven infectadas con el sida de Tailandia, los proxenetas siguen dedicados a su profesión lucrativa: vender servicios sexuales de niños y ofrecer a buen precio la virginidad y el pánico de una niña birmana o laosiana.

La prostitución infantil no sólo está constituida por las niñas que son vendidas ilegalmente, sino también por aquéllas que huyen de sus hogares o aban-donan sus aldeas en busca de mejores condiciones de vida. Algunas caen en la prostitución víctimas del secuestro o el engaño. Presas fáciles, se convierten en propiedad de los mercaderes del sexo.

En Filipinas, las niñas pobres acaban en la prostitución, en esos recintos a media luz de las grandes urbes, donde el precio del servicio de las niñas es tres o cinco veces más que el de las prostitutas mayores de edad; en Tailandia, un país de más de 64 millones de habitantes, 800.000 de sus con-nacionales frecuentan alguna de las miles de casas de citas registradas en los archivos policiales, sobre todo en la capital, conocida como el burdel más grande de Asia. Aquí, en el „país de las sonrisas“, se venden cada año aproximadamente 2.000 niñas a los burdeles para el disfrute de millones de turistas europeos, americanos y japoneses. El gobierno reconoce una plantilla de 800.000 prosti-tutas, pero otras organizaciones no gubernamentales hablan de más de un millón, distribuidas en casas de masajes, peluquerías, bares o ejerciendo la actividad en las calles de las principales ciudades.

En Sri Lanka se ha constatado que la industria del sexo afecta más a las niñas que a las prostitutas adultas. Se calcula que existen unos 50.000 niñas controladas por el sindicato de proxenetas, y otras tantas ejerciendo su oficio en las playas de Maratuwe y en las calles de Colombo; en Filipinas 90.000; en la India, considerado el país que tiene mayor incidencia de prostitución, más de 800.000 niñas venden su cuerpo; en Brasil, las menores que viven de la prostitución alcanzan la cifra de 600.000; en Colombia, el número de prostitutas entre ocho y dieciocho años se ha quintuplicado en los últimos años. Los nuevos centros mundiales de la prostitución infantil son Vietnam, Camboya, Laos, China, México, Puerto Rico, Brasil, la República Dominicana y los países del antiguo bloque soviético. Pocos rincones del mundo son inmunes a la irrupción del comercio del sexo. En los pueblos del Himalaya nepalí, cada año se venden unas 12.000 adolescentes que van a parar en los burdeles de Bombay, mientras las africanas, que aprenden a hablar una babel de idiomas para vender su sexo, acuden en grupos a Bolonia y al Sur de Europa. Asimismo, después del desplome de los países del Este, se ha producido un éxodo de mujeres que acuden a Occidente, con la esperanza de salvarse de la pobreza y obtener beneficios. La policía dice que una cuarta parte de las 500.000 prostitutas que existen en Alemania proceden del antiguo bloque del Este. Incluso en el puritano Oriente próximo todas las semanas aterrizan vuelos chárter de mujeres rusas, polacas y checas en el aeropuerto de Dubai, donde se ofrecen como azafatas rubias y de ojos azules, mientras duran sus visados de 14 días.

Aparte del comercio con mujeres extranjeras, que llegan a Europa engañadas por los traficantes que controlan la prostitución organizada, se han creado agencias para promover los llamados „matrimonios de compra“, en las cuales los hombres occidentales „encargan“ una mujer de algún país del llamado Tercer Mundo, con el fin de someterla a una especie de semiesclavitud.

a prostitución callejera se ejerce en casi todo el mundo

a prostitución callejera se ejerce en casi todo el mundo

Por otro lado, para los capitalistas, las mujeres no sólo ocupan un lugar secundario, sino que, al mismo tiempo, las usan como objetos sin alma ni cerebro, junto a los productos que ofrecen al consumidor. Los burdeles de Amsterdan, París, Berlín, Bangkok o Manila, las exhiben en escaparates lujosos para que el cliente pueda elegir la que más le agrada, como si fuese un vestido, una botella de whisky o un pedazo de jamón. En los anuncios comerciales, donde se muestran jóvenes esbeltas y semidesnudas decorando un coche o un artefacto electrodoméstico, son un detalle más para vender el producto al usuario.

Bibliografía

Bebel, August: La mujer. Ed. Fontamara, España, 1976.
Kollontai, Alexandra: La mujer en el desarrollo social. Ed. Guadarrama, Madrid, 1976.


TESTIMONIO Y MEMORIA HISTÓRICA EN BERLÍN

Por Víctor Montoya, Bolivia, la Paz

La “Operación Cóndor” o “Plan Cóndor”,

La “Operación Cóndor” o “Plan Cóndor”

En junio de 2010, un día soleado en Estocolmo, me contactó la artista y documentalista Karen Michelsen, luego de haber leído mi cuento “En el país de las maravillas” en la antología “Vivir en otra lengua”, de Esther Andradi, quien tuvo la gentileza de proporcionarle mi correo electrónico. La razón era simple: invitarme a participar en el proyecto “Entfesselte Worte” (Palabras Desencadenadas), cuyo principal objetivo era llevar a cabo un ciclo de conferencias sobre la literatura escrita en prisión. Me especificó que todo el proyecto estaba bajo la responsabilidad de MEMOS, una organización ideal con sede en Berlín, que asumió la difícil tarea de rescatar la memoria histórica en torno a las crisis y los conflictos en el mundo.

Me llamó la atención el nombre de la organización y quise saber algo más sobre sus actividades desde el día de su fundación. Así que busqué más información en Internet y, para mi grato asombro, me encontré con una página Web en alemán. En el portal se lee: “Verein für Erinnerugskultur zu Krisen und Konflikten” (Asociación para la Cultura de la Memoria, Crisis y Conflictos). Seguidamente se informa que MEMOS es un foro para conservar la memoria histórica y cultural de quienes han sufrido la violencia bajo regímenes totalitarios en los distintos países, incluido Alemania, donde viven personas con una experiencia marcada por la presecución, la tortura y los conflictos armados. Se aclara, con absoluta razón, que estos testimonios no sólo forman parte de una biografía personal, sino que también son importantes documentos históricos, que deben ser registrados y archivados para la posteridad.

La misión de MEMOS es crear un archivo, muy parecido a los que se tiene sobre el holocausto del nazismo, con el fin de darlo a conocer a un público mayor a través de actividades concretas, como son las conferencias, exposiciones, lecturas y talleres, con la participación de personalidades del ámbito científico, literario, artístico y periodístico, sin otro afán que motivar un debate necesario, abierto y dinámico sobre la memoria histórica y cultural de los pueblos.

La asociación MEMOS, que actualmente redobla esfuerzos por establecer una red nacional e internacional que articule a personas y organizaciones comprometidas con la defensa de los Derechos Humanos, está compuesta por la antropóloga y documentalista Judith Albrecht, quien es la directora y promotora de este valioso proyecto; la antropóloga Anne Wermbter, experta en conflictos bélicos y desastres naturales; la politóloga y periodista Sabine Rietz, quien trabajó durante años con la situación de los inmigrantes y refugiados en Alemania. Se trata, sin lugar a dudas, de un grupo de activistas capaces de documentar los recuerdos y testimonios de las personas cuya dignidad fue vulnerada por los sistemas de poder.

La conferencia

En la conferencia, programada para el sábado 27 de noviembre por la noche, hablé de mi experiencia de antes, durante y después de la cárcel, sin dejar de mencionar que yo, sin saberlo hasta diciembre de 1992, fui una víctima más de los sistemas de torturas que aplicaron las dictaduras militares durante la tristemente célebre “Operación Cóndor”; esa enorme maquinaria del terror institucionalizado de la que me enteré en Suecia, quince años después de haber salido al exilio.

La conferencia, que se inició con la exhibición de un vídeo/entrevista, de diez minutos de duración y con subtítulos en alemán, contó con la presencia del Embajador de Bolivia y de personas interesadas en la memoria histórica de América Latina. Leonor Abujatum, a manera de introducción, disertó sobre la importancia de mi obra en el contexto de la literatura boliviana contemporánea, haciendo énfasis en los relatos que abordan el tema de la represión política durante la dictadura militar. Seguidamente, leí tres textos de mi libro “Cuentos violentos”, que fueron traducidos al alemán por Claudia Wente y leídos por el actor Tim Knapper. Al final de la conferencia pasé a contestar las preguntas de los presentes, quienes tenían interés en tratar temas concernientes a la política, la literatura y los actuales retos del gobierno boliviano.

LaOperación Cóndor

Dictaduras del Cono Sur

Dictaduras del Cono Sur

La “Operación Cóndor” o “Plan Cóndor”, que se constituyó en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado, fue establecido el 25 de noviembre de 1975 en una reunión realizada en Santiago de Chile entre Manuel Contreras, jefe de la DINA (policía secreta chilena), y los líderes de los servicios de inteligencia militar de Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay.

La “Operación Cóndor”, cuyo plan siniestro consistía en instrumentar apresamientos, asesinatos y desapariciones forzadas de decenas de miles de opositores políticos, fue posible debido a una red de dictaduras establecidas en el Cono Sur. El general Alfredo Stroessner llevaba ya una década en el poder en Paraguay -desde 1954- cuando los militares brasileños derrocaron al gobierno democrático y popular de João Goulart, en 1964.

En Bolivia, después de una serie de golpes de Estado, se instaló en el Palacio Quemado una Junta Militar al mando del general Hugo Banzer Suárez, que dejó un reguero de muertos y heridos desde agosto de 1971. Durante su gobierno se inició el boom del narcotráfico, que se prolongó hasta la década de los ’80, y se perpetró el asesinato de tres militares cuya imagen y popularidad se convirtió en un peligro dentro de las Fuerzas Armadas: Andrés Selich, Joaquín Zenteno Anaya y Juan José Torres. Más todavía, la osadía de Banzer, en plena “Guerra Fría”, le impulsó a declarar: “Mientras en Europa se peleaba con la diplomacia, en Latinoamérica nosotros poníamos los muertos”.

El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet, con el apoyo y las instrucciones de la CIA, terminó con el experimento socialista de un gobierno elegido democráticamente, derrocando al presidente Salvador Allende, quien se suicidó en la Casa de la Moneda sitiada por disparos y bombardeos. Ese mismo año, coincidiendo con el plan general de ajustar el Cono Sur, donde crecían movimientos populares de envergadura, Juan María Bordaberry posesionó a una dictadura cívico-militar que, entre 1973 y 1985, asesinó, torturó, encarceló, secuestró y desapareció a los activistas de izquierda, bajo el argumento de lucha contra la “subversión”.

El 24 de marzo de 1976, una Junta Militar, presidida por el general Jorge Rafael Videla, asaltó el poder en Argentina, país en el cual había comenzado a actuar la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) desde el 21 de noviembre de 1973, cuando Juan Domingo Perón todavía era presidente. La Triple A actuó, en una coordinación criminal, con la dictadura de Pinochet. Esto surgirá en las investigaciones sobre la “Operación Colombo”, un modelo de guerra sucia que actuó impunemente en 1975.

La DINA chilena y la SIDE argentina, a patir de 1976, fueron la vanguardia del “Plan Cóndor”. De ahí que durante el llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, en Argentina, no sólo se torturaron y asesinaron a los prisioneros, sino que también se conoció casos de “tráfico de bebés”, que eran los hijos de las prisioneras que dieron a luz en las mazmorras de la dictadura y que, una vez arracandos de los brazos de sus madres y suprimida su identidad, fueron entregados en adopción a oficiales o personas afines a la dictadura militar. La mayoría de estos “hijos de desaparecidos” aún tienen un paradero desconocido, a pesar de los esfuerzos desplegados por las “Abuelas de Plaza de Mayo”, quienes durante años lucharon por identificarlos y devolverlos al seno de sus verdaderas familias.

A estas alturas de la historia, para nadie es desconocido que los “vuelos de la muerte”, que fueron también utilizados durante la Guerra de Independencia en Argelia (1954-1962) por las fuerzas francesas, se aplicaron impunemente en Argentina, a fin de que los cadáveres, y por lo tanto las pruebas, desaparecieran sin dejar rastro alguno. Según confesiones de Rodolfo Scilingo, ex oficial de marina, se sabe cómo se llevó a la muerte a personas con vida, lanzándolas desde un avión al Río de la Plata. No importaba mucho si los prisioneros estaban conscientes o sedados. Lo importante era deshacerse de ellos a como de lugar. En los “vuelos de la muerte” fueron eleminados alrededor de 2.000 detenidos políticos.

La “Operación Cóndor”, además de las torturas y asesinatos, se ocupó de la captura y entrega de personas consideradas “sediciosas” o “subversivas” por los distintos regímenes dictatoriales. Es decir, los aparatos de represión no sólo intercambiaron información por encima de las fronteras nacionales, sino que también intercambiaron prisioneros. No en vano un documento desclasificado de la CIA, con fecha 23 de junio de 1976, explica que ya “a principios de 1974, oficiales de seguridad de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia se reunieron en Buenos Aires para preparar acciones coordinadas en contra de blancos subversivos”. En el acta de clausura de la reunión Interamericana de Inteligencia Nacional, se apuntó, entre otros, “Iniciar contactos bilaterales o multilaterales, proporcionar antecedentes de personas y organizaciones conectadas con la subversión y establecer un directorio completo con los nombres y las direcciones de aquellas personas que trabajen en Inteligencia para solicitar directamente los antecedentes de personas y organizaciones conectadas directa o indirectamente con el Marxismo…”.

Los Archivos del Terror

La “Operación Cóndor”, que estaba en pleno apogeo entre 1975 y 1982, utilizó la tortura como el arma principal de lucha contra la “subversión” en el concepto de la guerra sucia. Por lo tanto, los prisioneros, considerados “peligrosos” para el orden y la ideología instaurados por las dictaduras militares, fueron sometidos a interrogatorios con apremios psico-físicos.

En el libro “Nunca Más”, informe e investigación que fue presidido por el escritor Ernesto Sábato, no sólo se echa luces sobre las desapariciones, secuestros y torturas, sino además se relata que los instrumentos, métodos y grado de crueldad de los tormentos, excede la comprensión de una persona normal: “simulacros de fusilamiento”, “el submarino”, estiletes, pinzas, drogas, “el cubo” (inmersión prolongada de los pies en agua fría/caliente), “la picana eléctrica”, quemaduras, suspensión de barras o del techo, fracturas de huesos, cadenazos, latigazos, sal sobre las heridas, supresión de comida y agua, ataque con perros, rotura de órganos internos, empalamiento, castraciones, presenciar la tortura de familiares, mantener las heridas abiertas, permitir las infecciones masivas, cosido de la boca… El sadismo de los torturadores es un dato común. Todos los detenidos/desaparecidos eran torturados: hombres, mujeres, ancianos, ancianas, adolescentes, discapacitados, mujeres embarazadas y niños (hay varios casos de niños menores de 12 años torturados frente a sus padres). En el caso de las mujeres, se combinaba la violación con la tortura.

En la Escuela de las Américas, situada desde 1946 a 1984 en Panamá, se adiestró a centenares de oficiales en “acciones preventivas” (métodos de tortura) y asesinato, con el fin de sembrar el pánico y el terror entre los activistas de la izquierda latinoamericana. Según algunas investigaciones, se deduce que la división de servicios técnicos de la CIA suministró equipos de tortura y ofreció asesoramiento sobre el grado de shock que el cuerpo humano puede resistir. De ahí que los métodos de tortura fueron similares en todos los países del Cono Sur, donde las fuerzas policiales fueron puestas bajo la autoridad del Ejército, y en particular de los paracaidistas, quienes generalizaron las sesiones de interrogatorio, la utilización sistemática de la tortura y las desapariciones.

Las víctimas de la “Operación Cóndor” se cuentan por millares en América Latina. En Uruguay, en tiempos de la dictadura, había un preso por cada 500 habitantes, en Paraguay se echaba en prisión al primero que opinaba en contra del régimen de Stroessner, en Chile la palabra “tortura” pasó a formar parte del lenguaje coloquial durante el régimen de Pinochet, y en Argentina, donde desaparecieron miles de presos en las mazmorras, todos los sectores de la sociedad resultaron afectados por la brutalidad de los aparatos represivos que pretendían combatir la “subversión” por medio de la tortura y el terror institucionalizado.

Todos estos actos, calificados de lesa humanidad, no fueron públicamente conocidos hasta el 22 de diciembre de 1992, en que un volumen importante de información sobre la “Operación Cóndor” salió a la luz cuando el juez José Fernández y el abogado Martín Almada, profesor y ex preso político paraguayo, descubrieron en la antigua comisaría de un suburbio de Asunción, concretamente en Lambaré, los archivos secretos del “Plan Cóndor”, que pasaron a ser conocidos como los “Archivos del Terror”. Se trata de toneladas de papel que revelan la entretela de la mayor organización represiva del Cono Sur, incluyendo su lenguaje cifrado y codificado. En estos archivos están registrados, de manera detallada, 30.000 desaparecidos, 50.000 asesinados y casi medio millón de encarcelados por los servicios de seguridad en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Y todo esto sin contar a quienes fueron torturados, asesinados y desaparecidos antes y después de la “Operación Cóndor”.

 Un testimonio personal

Todo comenzó a mediados de 1976, el día en  que me detuvieron los agentes del Ministerio del Interior en la ciudad de Oruro, donde estaba clandestino junto a un grupo de dirigentes mineros de Siglo XX y Llallagua, poblaciones ubicadas al norte del departamento de Potosí.

Me torturaron varios días y varias noches. Fui sometido a casi todos los métodos de suplicio que, en los años ‘70 y ‘80, utilizaron las dictaduras militares en su denominada “lucha contra la subversión comunista”. Los mismos métodos se aplicaron en otros países: la represión sistemática, las amenazas y las torturas, que tenían la brutal consecuencia de marcar de por vida y llevar el martirio al límite de las pesadillas. En este contexto, los latinoamericanos fuimos perseguidos y torturados por el simple “delito” de haber simpatizado con las ideas libertarias y habernos opuesto a la brutalidad de los regímenes totalitarios.

Durante las sesiones de tortura, me desnudaron completamente y me encapucharon para que no viera ni reconociera a mis torturadores. Me hicieron “la percha del loro”, amarrándome con una cuerda los pies y las manos en una barra colocada de manera horizontal, probablemente, sobre el respaldo de dos sillas, y, mientras me interrogaban entre gritos e improperios, me golpeaban por todas partes.

Después me hicieron “el submarino”, que consiste en sumergir al preso, encapuchado y las manos atadas a la espalda, en un recipiente o turril de aguas servidas a manera de intimidarlo y provocarle náuseas. Algunas veces, me sujetaron de pies y manos en una silla o en un somier, donde, luego de echarme agua fría, me aplicaron “la picana eléctrica” o “la maquinita de picar carne humana” en las zonas más sensibles del cuerpo, como ser la lengua, las orejas, los testículos y el ano. “La maquinita de picar carne humana” es un magneto que da golpes de corriente o descargas sostenidas en contacto con el cuerpo. Y, claro está, mientras me torturaban una y otra vez, subían el volumen de una radio para que no se oyeran mis gritos ni lamentos.

Me dejaron con el rostro y el cuerpo lleno de hematomas y contusiones, tras propinarme patadas y puñetes, y golpearme con la culata de un fusil y otros objetos contundentes. La tortura, aun no teniendo nombre ni rostro, es ejecutada por individuos que asumen la función de verdugos, como si dentro de ellos cargaran una bestia o un asesino potencial.

Las torturas comenzaron en el Departamento de Orden Político de la ciudad de Oruro, prosiguieron en los sótanos del Ministerio del Interior y culminaron en el Departamento de Orden Político de la ciudad de La Paz.

Concluidas las torturas y los interrogatorios, me encarcelaron en el Panóptico Nacional de San Pedro y en otras prisiones de alta seguridad, hasta que Amnistía Internacional, que me adoptó como a uno de sus presos de conciencia, me ofreció asilo político en Suecia. Así llegué a Estocolmo, directamente de la cárcel en 1977.

Por todo lo relatado, es justo que me considere una víctimas más del terrorismo de Estado que las dictaduras militares aplicaron sistemáticamente contra sus opositores políticos.

La tortura se usaba con la intención de doblegar la voluntad más firme del prisionero. Sólo quien haya sufrido el tormento en carne propia, con métodos y utensilios diversos, sabe que este acto inhumano y despiadado es más doloroso que la muerte y el olvido.

Por fortuna, quienes sobrevivimos a las mazmorras de las dictaduras, hemos denunciado las atrocidades que nos tocó vivir en carne propia, con la única finalidad de dejar un testimonio vivo a las generaciones del presente y del futuro, que deben aprender a decir: Nunca más a las dictaduras ni a las torturas.

El tema de la tortura, en tiempos en que el clamor popular pide que los exdictadores sudamericanos sean juzgados por sus delitos de lesa humanidad, vuelve a ser un punto de apoyo para no olvidar el pasado ni repetir la historia. Por eso mismo, todos los testimonios, y en todas las manifestaciones del arte, son necesarios para esclarecer uno de los acontecimientos más sombríos de la historia contemporánea.

Yo escribí un libro de cuentos que revela los crímenes cometidos por el régimen dictatorial de Hugo Banzer Suárez. El libro, publicado en 1991, con el título de “Cuentos violentos”, describe en sus páginas, impregnadas de realismo descarnado y hechos insólitos, los sótanos dantescos de las cámaras de tortura a partir de una experiencia personal y colectiva, con la preocupación de rescatar la voz anónima de las víctimas y dejar un testimonio de la flagrante violación a los Derechos Humanos.

“Cuentos violentos”, a dos décadas de su publicación, cuenta con lectores en diversos países y forma parte de esas obras que perpetúan la memoria histórica. Varios de los cuentos, de un modo implícito o explícito, denuncian los atropellos a la dignidad humana, que las dictaduras cometieron antes, durante y después de que se firmara el documento de fundación del “Plan Cóndor”; más todavía, aun siendo un trabajo de carácter literario, donde se ensamblan los elementos de la realidad y la ficción, aporta datos para seguir el juicio contra los responsables de los crímenes, con la esperanza de que no queden impunes ni se olvide la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado.

En “Cuentos violentos”, aparte de reflejar la tragedia de un país asolado por una dictadura, he logrado escribir la experiencia vivida y sufrida por un grupo de luchadores sociales, sin otro afán que el de recuperar los eslabones perdidos de la memoria. No en vano estos cuentos, tras una apariencia de literarura de ficción, hoy constituyen un testimonio valioso y una clara denuncia de la represión política que los sistemas de poder institucionalizaron en el Cono Sur de América Latina.

 

Cuentos violentos por  Víctor Montoya

Cuentos violentos

En síntesis, cumpliendo mi deber de creador y comunicador social, debo manifestar que he logrado forjar, sin más recursos que la memoria honesta y modesta, una literatura de conciencia crítica, desde el “Tablero de la muerte”, que recrea la captura y muerte del Inca Atahuallpa, hasta “Días y noches de angustia” que, además de desvelar las atrocidades cometidas por la dictadura militar, obtuvo el Primer Premio Nacional de Cuento en la Universidad Técnica de Oruro, en 1984, seguido por la crítica especializada, que no dudó en señalar que con “Cuentos violentos” se establece el tema de la tortura en la literatura boliviana del siglo XX.


 

Walter Trujillo Moreno en Poemas del Alma


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