Por José REPISO MOYANO, ESPAÑA, MALAGA
En los seres humanos rigen, a priori, las leyes de la naturaleza por deriva hasta que se conforma una diferenciación individual o de estatus social.
Un ser humano en concreto al nacer lo primero que hace es seguir a un servilismo biológico por medio de unas funciones o deberes que son inculcadas por sus progenitores; y eso lo produce, de seguida, que adquiera unas capacidades de adaptación social, las cuales actuarán en adelante por automatismo. Esquemáticamente sería así el proceso: una habituación, lo que conlleva una capacidad adaptativa y, ésta, actuará hasta el final por automatismo.
Desde luego, cada individuo está designado a ejercer una autoridad que protege una u otra habituación que, al mismo tiempo, le tensa, le motiva, lo crea necesario -para adaptar el carácter a una resistencia identificativa-. El carácter sexista es, así, condicionado, reducido a una obligatoriedad -capacidad por manifestarse- necesaria porque se ha adquirido.
Ahí la mujer, se condiciona o se deja condicionar „irremediablemente“ por la fijación reproductiva, asimila un animismo infantil en su contagio -resonancia emocional- por saciar esa agradable atención a su hijo; por ello, la psicología de la mujer genera agentes o funciones susceptibles al „amor“, alimentándose a la vez de la „inutilidad agresiva“ que desplaza (término psicológico que significa trasladar pulsiones o emociones como elementos sustitutivos a otras acciones diferentes) a su convivencia social.
En cambio, el hombre se solivianta a la agresión sometido directamente a su instinto de supervivencia, sin verse orientado constantemente por una catarsis que eso evite. Tiene que cazar y, además, guerrear para „imponer“ una etnia -lo que subestima la vida como fin propio o como valor-; él se hace sin duda autoritario porque la agresividad conduce a vencer, a resolver la „enemistad anímica“ que desplaza a todo acto como recurso de supervivencia. Esto no determina que él no necesite emociones de afecto, sino que están condicionadas a su „a priori“, a su dinámica psicológica que no puede soslayar.
Cuando sus puños se levantan contra la mujer no lo hace sólo por intenciones, sino por la impulsividad de un carácter biológico-social que ha adquirido; enfrente suya, la mujer, llorará imitando al niño que fijó porque es su „salida“ -su respuesta- como única razón que no revoca o que no ha aprendido a revocar.
Así pues, lo que dijo Rousseau de que el ser humano es bueno -con respecto a la carencia de agresividad- por naturaleza puede ser válido sociológicamente, pero no biológicamente. El ser humano ejecuta en su campo vital sus capacidades funcionales de supervivencia, reacciona para no frustrar sus impulsos o emociones fijadas que ha creado como necesarias, como adaptación.
Sólo en el contexto de la socioterapia -el fortalecimiento de valores y el cambio de funciones sociales como el que se compartan tareas del hogar y del cuidado de los hijos- tiene una eficacia real como contrapartida a lo que ya hay.
Pero, de forma resumida o enumerada, ¿cuáles son las causas para que el hombre trate a la mujer con violencia?
- El hombre no está diariamente vinculado de forma emocional a los hijos tras la fase pos-reproductiva, sino a sus ritmos congénitos y de poder -control del medio natural y del medio social-.
Las niñas es la belleza lo que exhiben; los niños, fuerza.
Las niñas juegan a ser madres; los niños, a competir con otros en cualquier cualidad no sensible. - La sociedad posee generalmente una cultura patriarcal y esto permite una misión de autoridad a favor del hombre: es quien decide las decisiones más importantes y, luego, quiere en consecuencia decidir las de la separación o del divorcio.
- La falta de autonomía económica: la mujer al no estar integrada plenamente en el mercado de trabajo depende más del salario de su pareja y se siente „adeudada“ en eso emocionalmente.
- El sentimiento de propiedad del hombre como organizador de la sociedad patriarcal, pues él siempre ha sido propietario: „mis tierras“, „mis obreros“, „mi caballo“, etc.
El rey tiene un país, el maestro tiene discípulos, etc. - El lenguaje como inductor de la infravaloración de la mujer, ya que casi todos los „tacos“ tienen connotaciones de ningunearla como persona, de ofenderla.
- El hombre es quien utiliza las armas, casi siempre va unido socialmente a ellas: él es quien las fabrica y las sublima como medio de poder.
- El sentimiento de honor que ha alimentado también socialmente: él es el prestigioso macho que no quiere „mancha“ y, ante todos, le irrita una situación de „cornudo“.
- La carencia de rebeldía emocional en la mujer, puesto que está tratada por la resignación a ser „el sexo débil“, „inútil para muchas cosas“ e, incluso, en la búsqueda de amor, ella no seduce por miedo a sentirse después mal o al „¿qué dirán?“.
Pasivamente espera a que el macho la conquiste y pasivamente espera a que el macho la determine sexualmente, es decir, le imponga cuándo y el modo de sexualidad. Esto, sí, produce más inseguridad y retraimiento en ella para conseguir sus derechos.
Por último y como exigencia, la sociedad tiene la obligación de remediar que sigan imperando estas causas como „destructivas“ -en todas las facetas de sus vidas- para más de la mitad de los seres humanos que la componen. Sólo es, pues, un reto humanitario o de pura o neta dignidad.
José REPISO MOYANO, ESPAÑA, MALAGA